Pasábamos nosotros días de piloto automático,
o días enteros sin comer naranjas,
sin rendirle cuentas a la gran Empresa…
En pos del bien común
silenciábamos casi siempre unas ganas deletéreas de afeitarnos las cejas.
Con palabras queríamos pinchar los terrones de nube,
y cada tanto moríamos de patadas.
Y yo -que recién llegaba de las palabras-
me ponía a afirmar que hablar no era tan necesario.
Recortábamos tarjetas de plástico en cuadraditos y las apilábamos,
hasta que uno de los cuatro se quedaba dormido
o se tiraba a la piscina.
Hacíamos buches con el alcanfor
para que se notara menos el ruido del viento...
Cada tanto llegaba un beduino,
con los dientes blancos de luna
y los pies machacados por las estaciones.
Decía algo en árabe y llegaba el invierno.
Se quedaba con nosotros mientras no le entendíamos,
y a veces hasta se aflojaba las sandalias.
Al final, creo yo que sería cuestión de que el árbol nomás soltara la fruta.